Sobre los 45 años de la carrera en sociología de la UdeG (1977-2022)

Jorge Ramírez



Los aniversarios son rituales. Momentos donde se recuerda la pertenencia a una comunidad y se refuerzan los lazos que la integran. La celebración de los 45 años de la carrera de sociología ha sido un ritual con ese propósito.

 

En 1977 se creó la carrera de sociología de la UdeG. Hace 45 años. Es mucho tiempo si lo medimos biográficamente; pero no lo es tanto para proyecto institucional. Los proyectos de este tipo hay que mirarlos en la media y larga duración. Se trata de un esfuerzo de generaciones. Hablamos de miles de cursos impartidos durante estos años y de más de 2 mil egresados.

 

El mundo ha cambiado mucho en estos 45 años. También la sociología como ciencia y como profesión. En este contexto, corresponde a quienes participamos ahora en la licenciatura, desde los diferentes roles que tenemos, reflexionar sobre su origen, trayectoria y perspectivas futuras.

 

La creación de la carrera de sociología en la UdeG no fue un acto aislado. Formó parte, digámoslo así, del espíritu de la época. La década de los setenta ha sido, hasta ahora, la edad de oro de la sociología como profesión. En el norte como en sur global, se abrieron numerosas carreras de sociología y la matrícula creció como nunca.

 

No fue casual. Fue una década en la que millones de jóvenes ingresaron a las aulas universitarias en todo el mundo, había todavía una vigorosa clase media fruto de años de estabilidad económica, un acelerado proceso de urbanización y la extensión de una cultura favorable a la libertad individual, la experimentación y la utopía. En contraste, también fue una década con un mundo bipolar en conflicto, de crisis económicas severas y de expansión del autoritarismo con dictaduras militares en el sur del continente.

 

En este contexto surgió nuestra carrera. Apareció como una propuesta de la UdeG para impulsar el estudio científico de la sociedad, pero también para formar agentes de cambio social. La UdeG era entonces oficialmente socialista, antiyanqui, popular, revolucionaria… aunque corporativa y autoritaria como siempre lo ha sido. Sin embargo, la generación que ingresó a sus aulas sí tenía un genuino interés por la transformación social, inspirada por Cuba, instigada por el asesinato y represión contra estudiantes e indignada por lo que ocurría en Chile y en otros países en manos de militares. No eran solo los estudiantes, desde luego. Muchos profesores y profesoras compartían los mismos ideales y agravios, algunos de manera directa en tanto exiliados de Chile, Argentina y otros países sudamericanos.

 

La formación que se impartía entonces era fuertemente marxista. Durante tres semestres, inclusive, una de las materias seriadas fue: Capital I, II y III. El marxismo fue no solo un área de estudio, sino la perspectiva para entender lo social y para asignarle o no valor a las ideas. La sociología era marxista o no tenía ningún crédito, incluso era sospechosa de responder a intereses del capital o del imperialismo. La orientación marxista fue tan intensa que aún tiene eco en nuestro plan de estudios: las tres materias de economía son un legado de esa época.

 

La década de los ochenta no introdujo un cambio sustantivo en esta configuración de la carrera. Fue una década de sobrevivencia, con una economía colapsada y una sociedad empobrecida y cerrada culturalmente. Hacia el final de esos años, sin embargo, era patente el “agotamiento de las energías utópicas” --por usar una expresión de Habermas- el progresivo achicamiento del estado y el ascenso de la democracia. La caída del muro de Berlín en 1989 no solo alteró los equilibrios mundiales, sino también los modos de interpretar la historia y situarse ante ella.

 

Durante los noventa, la carrera de sociología experimentó grandes cambios. La sociología en la UdeG dejó de ser del todo marxista. Surgió la necesidad de abrir la disciplina a otras tradiciones sociológicas y a nuevas corrientes. Si bien la influencia de la sociología europea se mantuvo y amplió, se descubrió la riqueza de la sociología estadounidense, en particular las microsociologías, marginadas por prejuicios ideológicos o por simple ignorancia.

 

Las y los sociólogos dejaron de verse como vanguardia de la revolución y como depositarios de verdades eternas. No sin dificultad, se comenzó a reconocer el valor de la democracia, la libertad económica, la pluralidad cultural y la fuerza de la sociedad civil. La vocación de la sociología se reconoció diversa. Ya no tenía que ver, o no solo, con el cambio social, sino también con el trabajo en instituciones públicas y organizaciones civiles. La investigación cobró importancia y eso impulsó la formación de posgrado, la aparición de nuevos roles académicos y un énfasis en formar egresados como científicos en ciernes.

 

La revolución digital que comenzó entonces y aún continúa cambió para siempre la base material de la cultura. La aparición de la computadora personal y la Internet impulsaron un cosmopolitismo que no ha dejado de crecer, acelerado por la telefonía móvil y los celulares inteligentes. Ciertamente, el impacto de esta revolución ha ido más allá de la cultura. Sin duda, abarcan a toda la sociedad y hablar de sociedad-red es apenas nombrar su superficie. Lo verdaderamente convulsivo son los ecosistemas digitales que están colonizado nuestra vida cotidiana y que provocan individuos más conectados, pero más solos; más libres, pero más vigilados; más eficientes, pero con menos tiempo; más productivos, pero más explotados; más hedonistas, pero más depresivos, más poliamorosos, pero menos satisfechos.

 

Quien estudie cómo los mexicanos del siglo pasado imaginaron el siglo XXI encontrarán una imagen de progreso y vanguardia. Casi un cuarto de siglo después de su inicio, estamos seguros de que el siglo XXI traicionó esas expectativas. Nos engañó. Sus primeras dos décadas han sido de pesadilla. 

 

Las reformas económicas neoliberales, si bien permitieron controlar las variables macroeconómicas y frenar las crisis periódicas de la economía, no impulsaron el crecimiento que prometieron ni redujeron la pobreza ni crearon una sociedad más igualitaria; por el contrario, produjeron nuevas asimetrías y zonas de exclusión. La celebración de elecciones libres, creíbles y competidas, por su parte, favoreció la alternancia política, pero no la transición a la democracia. Los poderes públicos siguen siendo del viejo régimen, tanto en diseño, operación y resultados: autoritarios, corruptos e ineficientes. 

 

La alternancia política alteró los pactos entre el poder y el crimen organizado. Popper, inspirado por Merton, adjudicó a la sociología el estudio de las consecuencias no deseadas ni previstas de la acción. Pues bien, la extrema violencia criminal que ha vivido México es una consecuencia de este tipo y, gran paradoja, también una consecuencia de las estrategias del gobierno para reducirla. Quienes alcanzamos la edad adulta a finales del siglo veinte crecimos en medio de un desastre económico y en un país sin democracia. Los que nacieron en lo que va de este siglo han crecido en miedo de una violencia alucinante y en un país sin oportunidades de movilidad social. 

 

La pandemia de Covid19 vino a agudizar estos problemas: reforzó la precarización de la vida, el deterioro educativo y el daño a la salud y la esperanza de vida.

 

La sociología, escribió Giddens:

 

es una disciplina generalizadora que se ocupa principalmente de la modernidad: del carácter y la dinámica de las sociedades modernas o industrializadas… 

 

Cierto, pero la modernidad no es la misma en todas partes y sus costos y beneficios no se distribuyen equitativamente. Mientras que Lyotard pudo definir la modernidad como la época de los grandes meta-relatos, Habermas como el proyecto inacabado de la ilustración, Giddens como un proceso social, en parte, impulsado por la apropiación reflexiva del conocimiento, Harmut Rosa como la experiencia de la aceleración del tiempo y Latour como aquello que condujo al desastre ecológico, no parece retratada aquí, o no completamente, la modernidad mexicana.

 

Tiene más sentido decir, con Jean Franco, que quizás para América Latina, y sin duda para México, la modernidad que experimentamos no es la descrita por los sociólogos. Es otra: la modernidad cruel.

 

La modernidad cruel no es aquella donde hay violencia, atrocidades y violaciones a los derechos humanos, sino donde se les acepta y normaliza.

 

Como proyecto de formación y comunidad de vida, nuestra carrera no ha sido inmune a esta realidad. Sabemos de una epidemia de ansiedad y depresión entre nuestros estudiantes cuyo origen, no le demos vuelta, está asociado a la violencia e inseguridad. Estrés postraumático en cámara lenta experimentado ante una guerra que los está consumiendo en silencio. Conocemos también las dificultades económicas y sociales que enfrentan para cumplir su vocación o tan siquiera completar una carrera universitaria que les abra nuevas opciones de vida. Estamos informados igualmente que la sociología, en un contexto tan hostil aun con la vida, dejó de ser atractiva para muchos jóvenes ante la necesidad de sobrevivir de cualquier modo posible.

 

¿Qué puede hacer la sociología mexicana ante esto?, ¿Qué tarea le corresponde a nuestro departamento y a su comunidad? En realidad, lo único que se puede hacer es ser fiel a la sociología. No es una ocurrencia ni retórica. 45 años es suficiente para saber que la sociología sirve mejor a cualquier causa cuando se sirve a sí misma, es decir, cuando es fiel a su legado y a su misión. 

 

La sociología es una empresa de crítica social, de hermenéutica de la época, de descubrimiento científico y de saberes orientados a resolver problemas públicos. No son cuatro paradigmas diferentes e incompatibles, como quiso mostrarlos Boudon, sino cuatro responsabilidades. 

 

Mientras que la economía como ciencia surgió con el triunfo del capitalismo, la sociología lo hizo con su crisis. Es la disciplina que hace el inventario de las pérdidas y los costos de la modernidad. Ahí donde la economía ve utilidades y tasas de retorno, la sociología ve alienación; donde desregulación, anomia; donde optimización, colonización del mundo de la vida. Las épocas difíciles son la especialidad de la sociología y esta para nada es una excepción. 

 

Hay varios motivos para ser optimistas sobre el futuro de la sociología como ciencia y como profesión. También sobre su enseñanza. Los estudiantes que ahora ingresan tienen la misma voluntad de transformar la sociedad que las generaciones anteriores. Si bien se trata de los mismos jóvenes inquietos, sensibles e indignados que han formado el frente moral contra las diversas formas en que se expresa el menosprecio, hay algo radicalmente nuevo ahora y es que ese frente tiene rostro de mujer. El feminismo está cambiando nuestra sociedad y cambiará también a la sociología. Lo está haciendo ya. Soy el menos indicado para decir cómo, pero de lo que sí estoy seguro es que será una sociología menos dogmática, autoritaria y abstracta. 

 

Otro motivo de optimismo es que la enseñanza de la sociología será cada vez más especializada y rigurosa. Muchas carreras de sociología, incluida la nuestra, se hicieron sobre la marcha. Como el barco de Neurath que no puede tocar puerto y se tiene que reparar mientras navega, nuestra carrera fue ideando la mejor forma de responder a las demandas de la sociedad, a los cambios de la disciplina y a las exigencias de la profesión. Aprendimos a navegar, navegando. En adelante, ya no será así. Hoy están ingresando tripulantes mejor preparados y diestros en surcar mares turbulentos. No solo traen todos los grados, sino más competencias académicas y dominio experto de sus campos de interés.

 

Un tercer motivo de optimismo es que la sociología adquirirá más relevancia pública. El ingreso de cada vez más académicos especializados, el estancamiento de su crecimiento como opción profesional y, en general, la disminución o condicionamiento de su financiación pública., incrementará las presiones para una mayor conexión de la sociología con los problemas importantes de la sociedad. No solo habrá más incentivos desde la universidad y la sociedad para orientar la sociología por una ruta de más compromiso público, sin que eso vaya en demérito de su dinámica interna como ciencia, sino también nuevas estructuras de autocontrol de la productividad académica orientada en esa dirección.

 

Por todo lo anterior, yo no tengo la menor duda que estos 45 años de la carrera en sociología son apenas el preámbulo de una nueva etapa de su trayectoria institucional.

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