Sobre tesis plagiadas, tesis no éticas y otros abusos académicos



Jorge Ramírez


En esto días, se supo de la tesis plagiada por quien ahora es ministra de la Suprema Corte de Justicia en México. También se reveló lo que parece un "negocio" ilegal de la directora de esa tesis, quien ha usado el mismo trabajo para graduar a otros estudiantes a lo largo de varias décadas. Desde Chile, se dio a conocer la existencia de dos tesis que se muestran favorables a la pedofilia y que permitieron a sus sustentantes obtener grados académicos. Todos estos casos tienen en común haber burlado los controles académicos y éticos de la universidad. No son los  únicos ni serán los últimos. Son, además, una pequeña muestra de la forma en que la academia puede defraudar las expectativas puestas en ella.

 

¿Quién vigila a los vigilantes? Es una pregunta muy antigua que expresa un problema muy actual. Aparece a menudo asociada a cuerpos de seguridad y funcionarios públicos, pero su aplicación es más amplia. De hecho, es un problema que ocurre prácticamente en toda organización en las que los titulares de un activo no son los mismos que quienes lo administran. Bajo estas condiciones, dicen los economistas, suele ocurrir una asimetría de información que los administradores pueden usar en su ventaja. En empresas mercantiles, los accionistas dependen de los gerentes para conocer la situación real de la empresa.  Sucede lo mismo en las universidades, aunque es un poco más complejo. Cuando son públicas, los accionistas son los contribuyentes y los "gerentes" los funcionarios universitarios, pero sobre todo la comunidad académica. Parte de la gestión y supervisión de la vida universitaria descansa en los funcionarios, pero ellos inciden poco en el proceso académico. Aparece también aquí una asimetría de información que provoca que los funcionarios no estén en condiciones de evaluar lo que hacen los académicos porque, simplemente, no tienen los saberes y competencias de estos. Además, el trabajo de los académicos está protegido de injerencias externas por la libertad de cátedra y derechos que se van adquiriendo con el paso del tiempo. De ahí que gran parte de la gestión académica quede en manos de los mismos académicos. Esta gestión se apoya en figuras de autoridad, como los decanos, pero mayormente descansa en cuerpos colegiados integrados por los mismos académicos. Se trata de estructuras de autogobierno de las que depende, en última instancia, la calidad, relevancia y ética de la enseñanza y la investigación universitarias. En general, se puede decir que funcionan bien y no hay universidad que no las incorpore de uno u otro modo. Sin embargo, eso no impide que ocurran abusos o corruptelas, estimuladas por el propio diseño institucional.


Los decanos son cargos temporales que ocupan académicos electos total o parcialmente por sus propios pares. Quienes acceden a ellos difícilmente tomarán decisiones que vayan en contra del interés de la mayoría o que perjudiquen a la larga su propio interés. Los cuerpos colegiados tampoco están exentos de problemas. Sucede que no sesionan, o lo hacen con pocos miembros, de manera ritual o son inoperantes (enfrascados muchas veces en disputas interminables). Por lo demás, difícilmente tomarán decisiones que pueden implicarles costos o deberes adicionales. La tendencia es a mantener el estado de cosas como está, para bien o para mal.

 

No es raro que lo anterior desemboque en una situación donde los académicos se vuelvan, de facto, sus propios patrones, con un poder considerable y mínimos controles, motivados solo a realizar aquellas tareas que les dan mejores dividendos en el corto plazo o les ayudan a prosperar en sus carreras.


No se trata de problemas que aquejen a una universidad en particular. Ninguna está exenta de que ocurran abusos e incluso corrupción. Thomas Sowell, en su libro Economía. Verdades y Mentiras (México, Océano, 2008), advertía sobre las ganancias que los académicos en algunas universidades de Estados Unidos pueden obtener al adoptar en sus cursos los textos promovidos por alguna editorial; la tendencia a enseñar lo que saben y no lo que los estudiantes deben conocer; y su predisposición a programar sus clases en los horarios que mejor les convienen, propiciando sobre demanda de aulas en una estrecha franja horaria. 


¿Qué hacer? A pesar de que parezca un callejón sin salida, mucho se puede hacer y se hace para moderar el poder creciente de los académicos y controlar sus excesos. Menciono tres medidas que me parecen muy eficaces, sin explicarlas por ahora:


1. Transparentar todo el proceso académico hasta donde eso sea posible sin afectar la protección de datos personales;


2. Establecer mecanismos de evaluación del desempeño mediante encuestas permanentes de satisfacción a usuarios; y 


3. Impulsar el trabajo colegiado mediante cuerpos ampliados, interdepartamentales y potenciando, además, la figura de los "colegios invisibles".



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